Preludio del final
En toda la historia de la humanidad, sin importar la época, las creencias o el lugar, siempre existió algo que atemoriza hasta al más valiente de los estudiantes. Su mera presencia es capaz de causar estragos en la vida del que lo ve y es capaz de devastar al que toma desprevenido. Su llegada se anuncia con días de anticipación, sembrando el pánico total, no solo en las desafortunadas almas que lo escuchan, sino también en cualquier otra persona que sepa que puede ser el siguiente. Los más temerarios, se preparan inútilmente hasta que el día llegue, mientras que, muchos otros, solo se hunden en la más absoluta y atroz de las desesperaciones. El tiempo sigue pasando, cada día hay más y más gente que no soporta la presión y decide retirarse. Mañana es el día en que todo acaba.
El sol sale y los pocos que deciden hacerle frente al destino se encuentran reunidos. Ellos se prepararon para esto, ellos cargan con las esperanzas de sus compañeros caídos. El momento se acerca, el armamento es guardado y los creyentes no se molestan en rezar: ningún Dios podría salvarlos de lo que viene. Las puertas del infierno se abre y un sentimiento de muerte invade el corazón de todos los presentes, algunos no lo logran y, a pesar de haber luchado fervientemente para este momento, deciden abandonar y ser parte del resto. La presencia se acerca cada vez más, sudor empieza a formarse en la frente de todos los presentes. Boom, la última barrera es traspasada. Todos miran con pavor cómo el heraldo del fin de los tiempos se acerca a su podio, dejando un rastro de muerte absoluta a su paso. El momento para el que solo unos pocos habían sobrevivido había llegado. El mensajero del apocalipsis ya se encontraba en posición para cantar su réquiem mortal e invocar al mismísimo demonio que acabaría con toda vida a su alrededor. Esbozando una sonrisa digna del más sádico de los verdugos, dice:
-Saquen una hoja, hoy tenemos examen.
Por Tomás Rodríguez, de 6°1°
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