domingo, 18 de noviembre de 2018

El gran cambio (Bautista Fusto)


Cuentos de ciencia ficción

El gran cambio 

 24 de octubre de 2013.Buenos Aires, Argentina
Día nublado. Seguramente llueva. Caminaba como si fuese pleno verano. Yendo a trabajar: nada fuera de lo común. Como de costumbre, pasé por el almacén de siempre. Desde ese entonces, las cosas no fueron tan normales. No di importancia, no era gran cosa, todos tenemos nuestros días. Llegué al trabajo. Mi compañero, como era ya costumbre, con su cara de infeliz, reflejando su mal humor. Lo saludo. Día normal de trabajo. Saliendo ya. Un día como cualquier otro pero, como ya había pasado, sentí que algo no cerraba y bueno, obviamente, lo pasé por alto.

28 de octubre de 2013. Mendoza, Argentina
Probablemente se pregunten: “¿Qué hace ahí?”. Bueno, pedí franco. Aproveché la semanita para venir a ver a mi vieja. Sí, a mi mamá. Como no siempre puedo verla dije “Bueno, ya está. ¿Cuánto hace que no la veo?”. Y no veía por qué no visitarla. Llegué. Mamá con todo: mates, facturas, pan, todo. Era muy normal de mamá, eso. Una vez acomodado, empecé a ver la tele. Mamá cocinaba. Cuando agarré el noticiero, lo dejé ya que no había nada. Además, estaban hablando de donde era yo. Me llamó la atención ver que todo lo que yo pasaba por alto tomaba un rumbo, empezaba a tomar sentido. Lo que vi raro tenía demasiado sentido. Me invadió la curiosidad y quería saber qué era lo que pasaba. Tampoco quería dejarla colgada a mamá. Bueno, me quedé la semanita.

4 de noviembre de 2013.Buenos Aires, Argentina
Ya en casa, no veía la hora de saber qué pasaba, estaba cansado. Ese día me quedé en casa, comí algo así nomás y me acosté. Todo con los nervios y la curiosidad. Lunes, bien temprano, ya arriba. Me puse a leer el diario y fue justo cuando ya era obvio que las cosas no estaban bien. No leí a fondo la noticia pero algo pasaba y quería saber qué. Salí de casa, pasé por el almacén de siempre, pero estaba cerrado. Esta vez sí le di importancia porque era raro que esté cerrado. Caminando le pregunté a un vecino si no sabía qué pasaba. Se quedó helado, mirándome como si fuera una pared. Las cosas se tornaban muy raras, no entendía nada. Llegando a mi oficina vi que prácticamente la fábrica estaba cerrada. Esto no puede ser. Fui corriendo a casa. Mirando la tele, en el noticiero, vi que toda la zona donde vivía había sido evacuada por amenazas que venían de un lugar desconocido. Ese momento me dejó en shock, miedo, nervios, inquietud, todo junto me invadió. No pensé y actúe, corrí por todos lados pidiendo ayuda, grité por todos lados. Ni una señal de vida. Tenía miedo. No sabía qué hacer.
Volví a casa. Supuse que de quedarme ahí estaría seguro. Con todo lo que sentía me era imposible dormir pero, de a poco, se  fue y pude al menos relajarme.

Al día siguiente.
Me desperté. Hoy sí que tardé. Estaba muy cansado aún con lo poco que había dormido. No tenía pensado ir a trabajar, pero sí salir a buscar algo. Junté coraje y valentía y salí. Dejé de lado el miedo y caminando, tranquilo. Vi que estaba todo normal: el almacén abierto, los vecinos hablaban ¿Pero? Ayer esto era todo. Yo, loco no estaba y como yo sabía que nada andaba bien, me tomé el tiempo de preguntarle al vecino qué pasaba. Cuando lo saludé, él simplemente me dijo: ”Holograma no identificado”. Sonaron sirenas, parpadearon luces y todo me llenó de miedo. Corrí sin saber adónde iba, sólo quería alejarme. Saltando un paredón, tropecé con unos cajones y me caí. Lo último que me acuerdo fue que el golpe dolió mucho.

Fecha: no sé. Ubicación, menos.
Está de más decir que el miedo se hacía presente en mí, mucho más sabiendo que nada estaba bien. Logré abrir mis ojos y ver a mi alrededor. Nada era familiar. Se escuchaban gritos, golpes, pedidos de auxilio, hombres, mujeres, chicos y chicas, llorando. Esto no está nada bien.
Una vez que tuve noción de dónde estaba, una especie de celda, me puse a ver a mi alrededor y pude ver que claramente no estaba sólo. Alto, pelo largo, voz gruesa y apariencia de vagabundo, se asomó un hombre. Sin saber qué pasaba, morí del susto. Él me dijo: “No soy a quien le debes temer, chico". Aún con miedo, pregunté quién era. Dio un paso hacia adelante y ya nada tenía sentido. Era mi vecino, el que no hablaba, el que cuando pregunté qué pasaba, simplemente me miró con una mirada fría y escalofriante. Asustado, pregunté qué hacía ahí conmigo. Me explicó todo, cada detalle. Lo que estaba pasando era que la amenaza había sido por parte de seres desconocidos que tomaron la tierra como punto para crear su nueva colonia. Todo esto aseguraba él. Yo, sin entender nada, tomé eso con seguridad porque él tenía pinta de no estar desde el mismo tiempo que yo ahí. Le pregunté cuánto tiempo hacía que estaba acá él. La respuesta fue una cosa de no creer: 27 años eran los que él había estado ahí. Mi cabeza explotó. Nada cuadraba. Me pregunté por mamá. Obviamente, sin respuestas.

Horas después…
Tenía hambre. Supuse que hace 27 años que no comía pero, de ser así, ¿qué hacía vivo. Le pregunté a mi vecino que si él comía. Me respondió que sí, que siempre a cierto horario daban algo para comer. Me dijo que abrían las celdas y ordenadamente sacaban a la gente a comer. Le pregunté: “¿Quiénes las sacan?”. Me respondió con cara de miedo, impresión y algo de timidez, pensando que no iba a creerle. Ellos, los malditos que nos tienen así. “¿Quiénes?”, le pregunté. “Míralos con tus propios ojos”, respondió. Eran súper altos, tenían cuerpos con figuras humanoides y su idioma era imposible de entender. Con terror y miedo sólo seguí a las persona delante de mí. Una vez en donde se nos daba la comida, logré muy a lo lejos ver lo que parecía ser mamá. No pensé en lo que podría pasar y corrí hacia ella. Mi grito fue muy reconocible. Sin dudarlo, se dio vuelta y corrió hacía mí. Como era de esperarse, unos con más dudas que otros, nos preguntábamos qué pasaba. Dos de los fenómenos se nos acercaron y nos llevaron a un cuarto mucho más grande que aquel en el que estaba yo antes. Se escuchaba una voz ronca, muy gruesa. Ésta sí se le entendía. Mamá, llena de miedo, abrazada a mí, sólo rogaba que todo terminara. Verla a mamá así era lo que más me fastidiaba. No me importó nada y empecé a golpear todo con el simple fin de que, quien sea que fuera el que hablaba, me escuche. Todo fue exitoso porque lograron escucharme. Se abrieron las puertas de la celda y sin miedo enfrenté a quien suponía era el de la voz.
 –¿Quién eres y que quieres de nosotros? -le grité sin miedo de  saber qué podría pasar.
El con su fija mirada en mí, se acercó y me dijo:
 –Tienes coraje.
Sin importarme, le pregunté por qué nos tenía así. Explicó que tenía el plan de colonizar la tierra y destruir a los humanos. Esto me sacó mucho peor, pero, esta vez, pensé y dije:
 –¡No lo hagas!
Fue justo cuando me dijo que vio el coraje en mí y decidió darme una chance.
 –Viendo tu coraje y valentía, estoy dispuesto a darte una oportunidad para salvar a tu pobre mundo -dijo sin sacar mirada de mí.
Acepté, obviamente. Él me dijo que esto consistía en una prueba que iba a dejar en claro si era capaz de que mi valentía y coraje puedan salvar al mundo. Me indicó que el reto era una especie de arena y que iba a ser una simple lucha. De ganarla, seríamos libres.

Tiempo después de lo sucedido…
Se me había otorgado el poder elegir un arma para poder pelear. Llegando al lugar en el cual iba a seleccionar mi arma, llegó mi vecino desesperado y agitado:
 –¡Elige bien tu arma, no es cualquier bestia! -dijo.
Esto me inquietó un poco e hice caso a la indicación.
Una vez en la arena de batalla…
Todo era raro. El aire, el cielo e incluso los alrededores, todo formaba parte del plan de colonizar la tierra. Ya a nada de empezar el combate, se escuchaban fuertes, enormes y pesados pasos. No me gustó para nada. Al poco tiempo, se asomó una sombra gigante con apariencia a un dinosaurio. Y sí… Era imposible de creer: un gran dinosaurio. Dio arranque el combate. Nada me importaba. El miedo no era rival contra mí y sin más que pelear, comencé a darle por todos lados. Ya pasados unos minutos, no podía más. Estaba muy cansado y ya sin aliento. Se escuchó a lo lejos:
 –¡Su punto débil es el pecho!
Sí,  era mi buen vecino. Rápidamente, ataqué a esa parte y lo único que quedaba por hacer era ver cómo caía la bestia y todo el mundo impresionado.
Luego de la batalla…
“Bien hecho humano, es increíble y a la vez frustrante ver cómo derrotaste a mi bestia. Ahora sí tengo el honor de concederte tu tierra y sin nada que decir, marcharme”. Todo se había acabado. Era el fin de la terrible colonización de la tierra.
Después de todo esto, se nos concedió la tierra de nuevo. La especie humanoide que quiso terminar con la tierra se marchó.  La tierra quedó sana y salva.

(Por Bautista Fusto, de 3°1°)


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