Cuento realista
Injusticia
En una tarde preciosa me dirigía a casa
luego del colegio, por el camino que acostumbro a recorrer, noté que una de las
calles estaba cortada y no me quedaba otra que ir por el callejón. No se veía
mucho debido a la obscuridad de ese lugar y no me sentía confiada de ir por ahí,
pero era la única ruta y la tuve que atravesar.
Al poco tiempo de entrar allí comencé a
sentir que me seguían y, asustada, comencé a caminar más rápido. La sensación
de que me seguían no salía de mi cabeza, lo cual me aceleró el corazón y mis
ojos se llenaron de lágrimas. Seguí caminando más y más rápido. Hasta que de
repente, de la nada, fui acorralada por tres hombres.
-¿A dónde vas, mamacita?
-¿Por qué tan apurada, nenita?
Sentí un escalofrío enorme, entonces grité y
traté de huir.
-Ja ja ja ¿dónde creías que ibas, chiquita?
-Dejame ir- le grité. No diré nada, lo
prometo.
-Vos no vas a ningún lado.
-Gritá todo lo que quieras, acá nadie te va
escuchar.
-No me hagan nada, se lo suplico.
-Ja ja ja. Solo jugaremos contigo.
-No, por favor ¡No!
-Callate. No sirve de nada que grites, boba.
-¿Por qué me hacen esto?-les dije, con lágrimas
en los ojos.
-Solo porque queríamos y ya.
-Ahora callate, estúpida.
Yo me encontraba desconsolada, llorando.
-Ahhh ¿Por qué a mí?
Luego de esa situación me golpearon a más
no poder, además de haberme violado, todo sin razón alguna.
Quedé ahí en el callejón, con la ropa
desgarrada y sangrando. No lograba reaccionar. Sentía que me iba a desmayar y
con mi último aliento llamé a mi madre.
Le dije dónde estaba y que me viniera a
buscar.
-Hija ¿qué te pasó?
-Llevame al hospital, mamá.
-¡Si! Vamos hija, con cuidado.
Llegamos al hospital lo más rápido posible
y fui atendida.
El doctor hablo con mi madre y le confirmó
mi abuso sexual. Mi madre no lo creía, lloraba y se lamentaba de no haber
estado ahí.
Luego de tres días en el hospital logré
tomar conciencia y reaccionar. Tengo que denunciarlos, dije.
Fui a la comisaría con mi madre y le conté
todo lo sucedido al oficial a cargo, el cual respondió que no podía hacer nada
al respecto ya que no había cámaras ni testigos en el lugar del acto, además, como
los bastardos tenían cubiertos los rostros, no los podía identificar.
Mi madre, enfadada, le reclamó al oficial y
le dijo que cumpla su trabajo, que investigue y encuentre a los culpables, a lo
cual, el oficial le contestó que sin pruebas no podía proceder.
Me fui de aquel lugar llorando y con miedo
de volver a encontrarme con aquellos tres hombres, esos malditos hombres que
arruinaron mi vida y a los que no capturaron
o siquiera buscaron.
Ya no aguanto, no tengo ganas de vivir
siempre con ese miedo que no me deja dormir. El pensar que pueden volver y
recrear aquel día, ese maldito día.
Al día siguiente, mi madre encuentra mi
cuerpo desvanecido, frío, sin vida. Ella llora al oír que fue suicido por
depresión y se lamenta por no haber estado ese día para ayudarme y protegerme
de esos hombres.
Tranquila madre. No te preocupes por mí, estoy
bien. Ya encontré paz.
Por Selena Álvarez, de 5°1°
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