lunes, 15 de octubre de 2018

Nada el pájaro y vuela el pez (Camila Albornoz)

Relatos satíricos

Nada el pájaro y vuela el pez 

Sentado en la mesa de la cocina, al lado de la mesada mientras se hace la comida para la noche, espera Dylan a que su esposo llegue para la cena familiar. Está pensativo. Piensa en cómo tomar las cosas, no puede asimilarlas. Es su hijo. Su hijo le está quemando la cabeza. Un par de horas antes, le confesó que es heterosexual. Era algo que sospechaba, por muchas actitudes que vio, pero nunca creyó que llegaría el día en que fuera a salir todo a la luz.
Y sí, empezó a darse cuenta en la niñez Valentín. Cuando estaban todos los nenes jugando a las muñecas él se negaba a ir con ellos. “Quiero jugar al fútbol, papá”. Esa frase la repitió por varios meses. Pero, ¿por qué? Era algo a lo que sólo jugaban las chicas, siempre se pateaban mucho y eran bastante violentas. “¿Por qué mi hijo quiere ser así? Tan femenino…” pensaba.
Y las cosas siguieron. Toda la vida Dylan supo que su hijo era diferente. Se juntaba con todas las mujeres en su clase, iba con ellas a jugar videojuegos, ver películas violentas y no quería nada rosa. No quería maquillaje, no quería accesorios, no quería ver películas románticas con sus amigos ni nada de eso. Nada de todo lo que para él eran cosas de hombres. Quería hacer lo contrario. ¿Cómo iba a ser en un futuro con esas actitudes? No podría ser el amo de casa como lo de costumbre. Querría salir a trabajar como lo hacen las mujeres…  Para su padre, esto del masculinismo le estaba lavando la cabeza.
A Dylan nunca le pareció que su hijo formara parte de este movimiento, consideraba todo muy revolucionario cuando las cosas estaban bien. Porque claro, estaba perfecto que una mujer gane más, porque se esfuerza más, es el sexo fuerte. Y si un hombre era violado, era por cómo iba vestido y por no ir acompañado. Era su lógica. Pero decir esas cosas enfurecía a Valentín y todas las comidas familiares terminaban en discusiones. Cada domingo Dylan iba a la iglesia y le rezaba a Diosa que su hijo se calme, que sea como todos los hombres normales, porque si no, no iba a llegar al cielo. Esos hombres que salían a la calle sin corpiño reclamando igualdad no eran lo que él quería para su hijo.
Pero a su vez, era la persona que él más amaba. Le cambió los pañales, lo crio, sabe que lo que más le importa es que él esté bien y entiende lo difícil que debió haber sido tomar la decisión de confesárselo. No le parece correcto, obviamente. Porque lo normal es que dos personas del mismo sexo estén juntas, no de distintos. ¿Cómo se lo iba a decir al resto de su familia? ¿Cómo lo iban a mirar las demás personas de la iglesia? ¿Qué tanto acoso iba a sufrir en el colegio a partir de esta declaración? Era imposible saberlo.
Después de un rato, se levantó de su lugar y caminó hacia la habitación de Valentín. Golpeó la puerta un par de veces y luego entró. Lo vio sentado en el piso, con la mirada triste. Se dio cuenta de lo sucedía, se disculpó por haber reaccionado mal en un principio, y le dijo que lo iba a apoyar en cualquier decisión que lo haga feliz, a pesar de todo, y que lo defendería siempre contra quien sea. Valentín se puso contento. Por fin podría ser quién es sin ocultarse, salir del closet fue difícil pero lo logró. El masculinismo lo ayudó a enfrentar sus miedos, a ser como es y seguirá luchando contra el matriarcado y la heterofobia, para que más chicos como él se puedan sentir libres con cómo son sin estereotipos de género, ni la iglesia en contra de ellos. La igualdad no era una opción.

(Por Camila Albornoz)

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