Relatos satíricos
Nada el pájaro y vuela el pez
Sentado en la mesa de la cocina, al lado de
la mesada mientras se hace la comida para la noche, espera Dylan a que su
esposo llegue para la cena familiar. Está pensativo. Piensa en cómo tomar las
cosas, no puede asimilarlas. Es su hijo. Su hijo le está quemando la cabeza. Un
par de horas antes, le confesó que es heterosexual. Era algo que sospechaba,
por muchas actitudes que vio, pero nunca creyó que llegaría el día en que fuera
a salir todo a la luz.
Y sí, empezó a darse cuenta en la niñez
Valentín. Cuando estaban todos los nenes jugando a las muñecas él se negaba a
ir con ellos. “Quiero jugar al fútbol, papá”. Esa frase la repitió por varios
meses. Pero, ¿por qué? Era algo a lo que sólo jugaban las chicas, siempre se
pateaban mucho y eran bastante violentas. “¿Por qué mi hijo quiere ser así? Tan
femenino…” pensaba.
Y las cosas siguieron. Toda la vida Dylan
supo que su hijo era diferente. Se juntaba con todas las mujeres en su clase,
iba con ellas a jugar videojuegos, ver películas violentas y no quería nada
rosa. No quería maquillaje, no quería accesorios, no quería ver películas
románticas con sus amigos ni nada de eso. Nada de todo lo que para él eran cosas
de hombres. Quería hacer lo contrario. ¿Cómo iba a ser en un futuro con esas
actitudes? No podría ser el amo de casa como lo de costumbre. Querría salir a
trabajar como lo hacen las mujeres… Para
su padre, esto del masculinismo le estaba lavando la cabeza.
A Dylan nunca le pareció que su hijo formara
parte de este movimiento, consideraba todo muy revolucionario cuando las cosas
estaban bien. Porque claro, estaba perfecto que una mujer gane más, porque se
esfuerza más, es el sexo fuerte. Y si un hombre era violado, era por cómo iba
vestido y por no ir acompañado. Era su lógica. Pero decir esas cosas enfurecía
a Valentín y todas las comidas familiares terminaban en discusiones. Cada
domingo Dylan iba a la iglesia y le rezaba a Diosa que su hijo se calme, que
sea como todos los hombres normales, porque si no, no iba a llegar al cielo.
Esos hombres que salían a la calle sin corpiño reclamando igualdad no eran lo
que él quería para su hijo.
Pero a su vez, era la persona que él más
amaba. Le cambió los pañales, lo crio, sabe que lo que más le importa es que él
esté bien y entiende lo difícil que debió haber sido tomar la decisión de
confesárselo. No le parece correcto, obviamente. Porque lo normal es que dos
personas del mismo sexo estén juntas, no de distintos. ¿Cómo se lo iba a decir
al resto de su familia? ¿Cómo lo iban a mirar las demás personas de la iglesia?
¿Qué tanto acoso iba a sufrir en el colegio a partir de esta declaración? Era
imposible saberlo.
Después de un rato, se levantó de su lugar y
caminó hacia la habitación de Valentín. Golpeó la puerta un par de veces y
luego entró. Lo vio sentado en el piso, con la mirada triste. Se dio cuenta de
lo sucedía, se disculpó por haber reaccionado mal en un principio, y le dijo
que lo iba a apoyar en cualquier decisión que lo haga feliz, a pesar de todo, y
que lo defendería siempre contra quien sea. Valentín se puso contento. Por fin
podría ser quién es sin ocultarse, salir del closet fue difícil pero lo logró.
El masculinismo lo ayudó a enfrentar sus miedos, a ser como es y seguirá
luchando contra el matriarcado y la heterofobia, para que más chicos como él se
puedan sentir libres con cómo son sin estereotipos de género, ni la iglesia en
contra de ellos. La igualdad no era una opción.
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