sábado, 18 de noviembre de 2017

"Luke, huesos de hojalata", cuento de Celeste Vergés


Consigna: 
Escribir un cuento de ciencia ficción.

Luke, huesos de hojalata
(Cuento de Celeste Vergés, de 3°1°)

Celine se encontraba en el departamento de su hermano mayor, descansando de la semana tan agotadora que había tenido. Siempre pensó que su último tiempo en la secundaria sería divertido, relajado. Pero al parecer se encontraba equivocada. Los planes para su fiesta de graduación —que, por supuesto no quería—, y la constante presión sobre ella para pasar todas sus materias y  así poder conseguir su título, la estaban volviendo loca. Fue por eso que tomó el tren de la mañana con destino a Boston en cuanto tuvo oportunidad, y se hospedó con Lukas —su medio hermano—, buscando algo de paz.
Claramente, no fue como creía. Un pre-adulto de veintidós años que tenía una obsesión, un don, o quizás una desgracia por dejar todo lo que sus yemas tocaran hecho un desastre. Las decoraciones de cristal sobre los muebles se encontraban resquebrajadas, las manijas de las alacenas arrancadas, era como si Luke no pudiera controlar su fuerza veces. Tenía movimientos torpes y solía chocar sus dedos contra cada cosa que quería tomar. Aunque, mientras analizaba la situación en su mente, jamás había oído el sonido de sus huesos chocar contra la madera, el cristal, o cualquier otro material con el que hubieran impactado. Sonaban más bien como metal. Era por eso que amaba llamarlo “huesos de hojalata”, aunque, en su cabeza, siempre fue en sentido cariñoso.
—Uf, casi no siento las piernas -dijo cuando se levantó del sofá. Parecía bastante cómodo a simple vista, pero era más blando sentarse sobre un colchón de clavos. Estiró las piernas un poco más y se encaminó a la cocina para prepararse otra taza de café.
—. A ver, corre. -empujó suavemente el cuerpo del perro Pekinés con su pie, para que éste pudiera darle un mejor acceso a la isla de la cocina.
Mientras batía su taza con una inquietud bastante grande, sintió cómo su alrededor la aterraba. Las luces apagadas y el silencio —poco común allí— le estaban poniendo los pelos de punta. La piel se le estiraba tanto que la sentía quebrarse, y eso no era una buena señal. Su madre siempre le había dicho que tenía un sexto sentido para las cosas. Y era algo que terminó por odiar.
—¡Ay!— se tomó el pecho con terror luego de pegar un salto. La televisión se había prendido de un momento al otro, con un sonido estrepitoso, que la hizo arrojar la taza al suelo por la impresión. Se alejó un par de pasos con cuidado de no incrustar algún cristal en sus talones descalzos, y se puso de cuclillas para recoger los pedazos rotos. Sin embargo, no pudo evitar prestarle más atención a lo que la televisión decía.
Un presentador que ella conocía, de piel morena y cabello corto se encontraba hablando de un tema que a ella siempre le había parecido absurdo del otro lado de la pantalla:  la evolución de las máquinas en los años de la actualidad. Celine no era gran fan de la tecnología, por lo que nada de eso le interesaba.
Quiso volver a prestarle atención a los pedazos de taza quebrados que recogía, pero en cuanto lo hizo, la punta de uno de ellos le rasgó la piel del dedo, y se puso de pie con un quejido sosteniéndolo, en un intento fallido de aliviar el dolor. Le dio la vuelta a la isla de la cocina para poder buscar el botiquín. Iba a vendarse el dedo para poder terminar de limpiar el suelo con tranquilidad.
Abrió el cajón y buscó unas vendas, o quizás un poco de cinta, algo que calmara el sangrado. Cuando encontró lo que estaba buscando, inmovilizó su dedo con dichas telas, pero el sonido tan familiar de los dedos de su hermano chocando contra algo la hizo detenerse y estirar el cuello con intención de encontrarlo.
—¿Luke? -preguntó al no verlo. — ¿Hola? - ésta vez la voz le tembló un poco. Juraba haber oído el sonido de “hojalata” de los huesos de su hermano golpeando algo en la cocina. Guardó las vendas y cintas que había sacado del cajón y volvió a darle la vuelta a la isla de la cocina. Las piernas se le sacudían, ya había comenzado a tener un poco de miedo, y le desesperaba no encontrar a su hermano.
Giró la cabeza al sentir el mismo sonido de antes, pero ésta vez fijó la vista en la televisión. El mismo canal que se había reproducido cuando ésta se encendió estaba mostrando, ésta vez, avances sobre los nuevos robots que habían sido creados para ayudar a las personas con los quehaceres del hogar. Y los choques de los dedos de ésta máquina sonaba exactamente igual a los de su hermano.
—¡Lukas!— gritó asustada, y corrió hasta la habitación de éste. Se lo encontró de espaldas a ella, acomodándose el cabello frente al espejo, pero volteó a verla en cuanto notó su presencia.
—¿Mhn?— inquirió. Su voz tenía un tono tan robótico y artificial que hizo la mente de Celine explotar en teorías sobre estar atrapada en una pesadilla. Sacudió la cabeza, intentando hacerse creer a sí misma que estaba sugestionada por las películas que había estado viendo, y las noticias de la televisión. Ella no podía dudar que su hermano era un robot. Eso era imposible.
—Estuve viendo la televisión hace un rato… Bueno, en realidad se encendió sola -suspiró para calmarse. Se sintió tonta al caer en cuenta del escándalo que estaba haciendo. —Lo siento, debe ser el estrés que traigo encima. Sólo me asusté.
—No te preocupes, no tienes que asustarte. Todo está bien. - Luke la atrajo a su cuerpo en un abrazo, intentando reconfortarla. Pero, al contrario, Celine se asustó mucho más al sentir, en lugar de los latidos del corazón, un sonido extraño. “tic, tic, tic” como una máquina.

Apartó al chico de cabello rubio de un empujón al notar que todo era como ella temía. Los ojos de su hermano temblaron al igual que su boca. El empujón tan fuerte le había ocasionado un cortocircuito. Y, efectivamente, había estado conviviendo toda su vida con una máquina. Un verdadero robot.

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