sábado, 10 de noviembre de 2018

Obsesión literaria (Maia Rodríguez)

Relaciones intertextuales

Obsesión literaria

Las pupilas de la chica rubia se dilatan al tiempo que recorre con la mirada cada palabra de las últimas páginas del libro que sostiene en sus manos. Al cabo de una hora ya no había más que leer. La lectora, Elena, deja ir un suspiro cargado de ese sentimiento que tienes cuando terminas una buena historia, al mismo tiempo que gira el libro para ver la contratapa y admirar la imagen de su escritor: "Jorge Luis Borges". Es inexplicable el torrente de sentimientos que le provocan leer y pronunciar  con sus labios carmesí ese nombre. Se aproxima a su biblioteca personal ubicada al lado de su mesita de luz y coloca el libro en un estante. La bibliófila tiene en su poder cada uno de los libros de Borges, incluyendo traducciones, ensayos y colaboraciones con otros escritores. 
Los días pasan y ella realiza su monótona rutina como si de una máquina se tratara, programada para hacer todos los días lo mismo. Su salud mental se deteriora, y lo peor, no tiene a nadie que le diga que tiene que detenerse o va a acabar con ella misma. Recuerda el consejo que le dio su madre antes de enfermarse y que todo se vaya a la mierda. Cuando Elena le expresó que sentía deseo de ser psicóloga, ella dijo sabiamente, con ese tono cálido de una madre que pensara cómo sería tener que escuchar los problemas de las personas todos los días, todo el día. Los recuerdos de su madre la golpean con un sinfín de sentimientos, mientras que sus ojos se llenan de tristeza, lo que nubla un poco su vista.  
Su madre se llamaba Elisa, falleció de cáncer hace seis meses, eso desató una crisis en la familia. Su padre huyó, no pudo soportar el dolor, aunque Elena sabe que en realidad se fue con otra mujer, dejándola a ella ahogándose en su propia tristeza. En ese momento, los libros, específicamente de Borges, eran su refugio a eso se debe su gran afecto al escritor.
Son las diez de la mañana, los rayos del sol iluminan el complejo habitacional, un día con estas condiciones en junio no es muy usual. Ella se dirige a su oficina, donde las paredes son absolutamente blancas y tienen cuadros de paisajes colgando de ellas armoniosamente, nada vistoso o con demasiados colores, para no alterar a los pacientes. Las horas de trabajo se sintieron abrumadoras, pero, finalmente, el último paciente del día atraviesa la puerta. Ella le sugiere que se atreva a hacer cosas nuevas, que haga algo emocionante, que su cuerpo sienta tanta adrenalina como si se sintiera que va a estallar. Es irónico, piensa, si tan sólo conocieran su vida. 
Los meses pasan y lo único que puede provocar sentimientos en Elena es leer libros de Borges. Su obsesión con él es cada vez más grande y hasta llega a ser enfermiza. Se imagina cómo sería conocerlo, de hecho, es la única motivación que tiene para seguir viviendo. 
Sube las escaleras del edificio mientras un torrente de lágrimas desciende sobre sus mejillas, arruinando un poco de su maquillaje. Está atravesando una crisis, un ataque de ansiedad de alta intensidad. Abre las puertas y se desmorona, avienta sus cosas y su abrigo y se sienta en frente de su computadora. Esta vez necesita más que leer un simple libro, necesita ver con sus propios ojos, sentir, poder tocar. La noche transcurre y lo único que consumió Elena fue café. Su investigación a fondo tuvo sus frutos, mañana mismo va a tomar un largo descanso y planea hacer un viaje. 
Allí se encuentra Elena, con la mirada vacía, con ojeras, desarreglada completamente, fuera de sí. Cualquier persona que la viera en este estado no la reconocería. Lo único que lleva consigo es un bolso de mano. Se dice a sí misma que se calme, que pronto estaría en su destino, mientras que muerde sus uñas en la espera del tren. Tras una larga investigación que duró meses al fin va a cumplir lo que ella llama “su propósito en la vida”. Se dirige a la casa de Jorge Luis Borges. Nadie sabe si la información que tiene es real, pero en el caso de que no lo fuera, ella tiene una segunda opción: quitarse la vida. Se detiene en una hermosa casa bastante hogareña, la admira por un momento hasta que se atreve a acercarse. La madera ruge con el peso de su caminata, duda por unos segundos, pero finalmente, llama a la puerta delicadamente. Sus manos están en puños al costado de su cuerpo sudando y todo en su interior se siente como si fuese a estallar. En el momento en el que la puerta se abre, siente cómo su pecho se contrae, mariposas en el estómago, siente tanta adrenalina como si su cuerpo fuera a estallar. Está a punto de inventar una mentira que pueda garantizarle el paso y estadío en el hogar del escritor... pero la realidad la golpea con fuerza: debido a la enfermedad congénita de su padre él no es capaz de ver. Elena comienza a reírse, de alivio tal vez. 
-No sé cómo reaccionar a esa carcajada señorita, de modo que solo me limitaré a preguntar quién es y por qué razón se encuentra tocando a mi puerta- exclama Borges, formando una mueca de confusión en su rostro.
Ella no se mueve. Simplemente se limita a tratar de ordenar las palabras en su cabeza.
-A veces…- susurra ella con una voz rasposa- me siento como el minotauro de “La casa de Asterión”… Sola, encerrada, prisionera de mi propia mente. Pero si tendría que contar los sentimientos que me generan tus libros… serían catorce- sonríe porque sabe que él lo entendió. 
-Son muy dulces sus palabras, señorita, pero me temo que está invadiendo mi espacio personal. Estoy dispuesto a firmar un libro si es lo que desea, pero luego tendrá que retirarse de mi propiedad. 
La presencia de la chica lo impacienta, aunque sabe que no es más que una aficionada a sus libros. 
-Lamento decirle que vine para quedarme- Elena avanza bruscamente, lo toma de las muñecas y le da un golpe en la cabeza que lo desmaya. 
Despierta y se encuentra en una silla de madera, tiene cuerdas alrededor de sus muñecas, que intenta liberar, aunque es en vano. Él ya sabe que no tiene escapatoria. Siente la presencia de alguien más en la habitación, siente su mirada, siente su respiración. 
-Sé que me estás escuchando… También sé que estarás pensando que estoy loca. Sí, lo estoy- su voz llena toda la habitación, transmite escalofríos. 
-No te preocupes, no voy a matarte, te amo demasiado para hacerlo, no lo soportaría -Elena suena tranquila.- Quiero estar en tus brazos, para siempre.
Se aproxima a la silla cautelosamente, se sienta sobre el regazo del escritor, saca una navaja y pronuncia sus últimas palabras.
-Leí que las personas mueren cuando cumplen su propósito en la vida. 
Sus manos tiemblan y sus movimientos son torpes, aunque el corte es preciso.
Elena murió en los brazos de la persona que más amo en el mundo. Jorge Luis Borges murió por inanición. 
… 
Tal vez esto hubiera pasado si ese día, cuando una admiradora tocó la puerta de mi casa, yo estuviera sólo. Quién lo diría, si hace un par de meses me hubieran preguntado si algún escribiría una historia sobre mí mismo, respondería un no rotundo. 
¿Borges escribiendo una historia sobre Borges? Suena absurdo, pero es lo que acabo de concluir. Cabe recalcar que tanto el nombre, como la vida de Elena son meramente ficción.

(Por Maia Rodríguez, de 4°1°)

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