Relato alegórico
El otro
En una cabaña se encuentran tres personas en diferentes habitaciones, encerradas.
Cada habitación tiene una ventana apuntando hacia diferentes ángulos. Cada persona había podido construir un pensamiento y una personalidad.
Comenzó una nueva etapa de aventuras cuando las puertas se abrieron, sólo dos de las tres personas decidieron salir. El encuentro pareció ser un duelo dramático, claro. ¿Cómo podrían haber imaginado que no estarían solas? Ambas personas se comunicaban con el mismo idioma.
-Parecía nunca parar de llover – exclamó uno de ellos con un aspecto triste –como si las nubes fueran a caer.
-¿Llover? – preguntó el otro, de aspecto pálido –. Mi vida fue atormentada por el sol, pasé casi una aguantando el inmenso calor.
- El de aspecto triste responde enfurecido:
– ¡Ah, te crees gracioso! ¿Cómo pudiste ignorar este paisaje todo este tiempo? Como si no hubiera felicidad.
Ambos parecían no soportar la idea de que otra realidad podía existir después de ellos. Se habían criado como cerdos para el matadero, sin saber su identidad, tiempo, lugar o propósito en el mundo.
-Ya no quiero volver – murmuró el triste – no sé, nos queda una sola salida, sólo uno podrá seguir.
Pero de pronto, un rayo le partió el corazón, un rayo de la mano del pálido, dejándolo frío o inmóvil como ese paisaje que había estado observando vaya a saber uno por cuánto tiempo.
El pálido, sin mosquear ni dudar, corrió hasta la salida. Cruzando la puerta, sus ojos se apagaron y pronto se hundió en el barrial que la lluvia les había regalado. Su sueño de la libertad se vio esfumado a la par de un relámpago.
Una tercera puerta se abrió, allí mismo, en esa cabaña. El tercer otro había decidido salir luego de apreciar un ambiente más sereno.
-Había conocido el agua, el sol, las flores, los árboles y hasta un hermoso cielo del color azulado más lindo de día y de un oscuro paisaje, color a olvido y deseo de noche. Había conocido todo, menos la incomprensión del hombre. Allí, en el medio, logré conocerlos, sabía desde qué hora empezaban a existir hasta que se apagaban, cuándo respiraban o dejaban de respirar – le hablaba a la nada – pero bueno, solo hay una salida y allí, un solo deseo.
(Por Enzo Dopozo, de 6°2°)
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